miércoles, 13 de enero de 2010

PASEANDO POR LAS CALLES DEL VIEJO MADRID




He permanecido tres días en Madrid.

Mi hotel estaba situado en la calle Toledo, cerca de la monumental Puerta de igual nombre que, al verla, siempre me produce envidia porque los madrileños supieron conservar las puertas de entrada a su ciudad mientras los sevillanos, como puede verse en mi libro HISTORIA SECRETA DE LOS DERRIBOS DE CONVENTOS Y PUERTAS DE SEVILLA DURANTE LA REVOLUCIÓN DE 1868, las derribaron y hoy son recuerdos nostálgicos solo visibles en grabados antiguos.

La calle Toledo enlaza la citada puerta con la Plaza Mayor, a través de un Arco relacionado con el legendario “bandido” Luis Candelas, y en su entorno está el Teatro de La Latina, feudo durante años de la genial Lina Morgan; la Colegiata de San Isidro, antigua catedral y donde hay imágenes de la Macarena y el Gran Poder, además del cuerpo incorrupto del santo labrador titular; la plaza y el mercado de La Paja, muy deteriorado y a punto de sufrir los efectos de la piqueta; la iglesia de la Virgen de la Paloma, en honor de la cual se celebra la verbena que originó la zarzuela de igual nombre; la Plaza de Cascorro, con la estatua del héroe de los conflictos hispano-cubanos Eloy Gonzalo y desde donde parte una amplia avenida que cada domingo sirve de escenario, junto a otras calles cercanas, al Rastro madrileño, con su variopinto comercio de antigüedades. libros, ropa, o productos electrónicos.

Pero lo más atractivo de la calle Toledo es el ambiente castizo que se puede degustar en sus múltiples comercios tradicionales, algunos centenarios, como Casa Hernáiz, en el número 18, fundado en 1840 y dedicado a vender alpargatas cosidas a mano con una variedad de 32 colores a elegir; o Casa Vega, en el número 57, fundada en 1860, donde se pueden comprar aperos de labranza, alpargatas, cordelería y cencerros; Además, en la calle Toledo pueden degustarse patatas fritas en una fábrica que las vende sobre la marcha y llena con ellas su escaparate, o puede saciarse el apetito en los numerosos restaurantes que ofrecen comida casera o menús del día a precios razonables.

Por todo ello, pasear por la calle Toledo y su entorno supone una grata experiencia. Todo el tipismo del Madrid tradicional, reflejado en obras de teatro, zarzuelas o los textos de Benito Pérez Galdós u otros escritores late allí todavía puro, sin que la especulación urbanística haya hecho de las suyas y eso es un milagro que debemos valorar.

Atravesando el citado Arco y cruzando la Plaza Mayor, donde puede verse la estatua de Felipe III, los soberbios edificios municipales o grandes soportales llenos de tiendas y restaurantes, llegué a la calle Mayor. Una vez allí degusté las exquisitas ostras que venden a miles en el Mercado de San Miguel, o estuve en la Plaza de la Villa, con su estatua de Alvaro de Bazán o su edificio del Ayuntamiento madrileño.

Mi paseo, tras pasar por el monumento que recuerda el atentado sufrido por Alfonso XIII en el dia de su boda, terminó en la calle Bailén para visitar la Real Basílica de San Francisco el Grande, soberbio edificio de origen franciscano que hoy pertenece al Ministerio de Asuntos Exteriores y contiene numerosos cuadros y altares de gran valor artístico. Después entré en la Catedral de la Almudena, que me parece un pastiche arquitectónico, y visité su museo y subí a su cúpula, desde donde se puede ver hermosas vistas de Madrid. Terminé mi recorrido en el Palacio Real, cuya visita aplacé para otra ocasión pues ya conocía su interior y su horario estaba limitado por haberse celebrado allí una recepción dada por el Gobierno para celebrar la inauguración de la actual presidencia española de la Unión Europea.

No me gusta Madrid para vivir y para eso prefiero Sevilla, pero casi siempre que voy suelo moverme por la Gran Vía, Cibeles, La Castellana, Atocha o la Puerta del Sol. En esta ocasión diversas circunstancias han propiciado mi reencuentro con lugares que hablan de tiempos pasados, de historias de chulaponas o de majos, o de literatura del siglo XIX. El gran contraste existente entre la modernidad y la tradición me han hecho comprender que las ciudades hablan. A través de sus calles nos dicen cómo fueron y cómo son. Madrid es el rompeolas de las Españas y aunque siga creciendo como ciudad, su alma siempre estará vinculada a su viejo caserío, con sabor a épocas de los reyes Austrias, para así conservar lo más entrañable de su dilatada Historia.

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