Estos días los medios informativos nos hablan de los abusos a menores cometidos en diversos países —Irlanda, Alemania, Estados Unidos, Chile, entre otros—. Algo abominable, pues no hay nada más puro que un niño y su sonrisa. Hacer daño a esa pureza merece cortarle los huevos a quien lo haga. Como respuesta a tal situación, el Papa ha querido echar balones fuera, diciendo frases exculpatorias y en su última intervención pública desde su balcón en el Vaticano ni siquiera mencionó este asunto, habiendo quedado en ridículo al ser él tan conservador e integrista, tras haber ocupado esa especie de inquisición interna vaticana que es la Congregación para la Doctrina de la Fe, donde demostró que no en vano procede de Munich, lugar donde se gestó gran parte de todo lo hitleriano.
Me pregunto si Ratzinger habrá practicado el sexo, pero por lógica debe haber sentido alguna vez el inmenso placer que produce. El mismo placer que ha llevado a sus acólitos sacerdotes al abuso de niños, añadiendo así la Iglesia católica otros episodios sexuales que nos recuerdan a los papas Borgias, o los cardenales que tenían queridas, o queridos, como puede verse en la serie de TVE Águila Roja, o en obras literarias diversas. La contradicción es vidente, pues por un lado la Iglesia católica anatemiza todo lo sexual, desde el uso del preservativo hasta los medicamentos anticonceptivos, y por otro en su seno se pervierten menores, o los curas se acuestan con quienes les apetece, como todo hijo de vecino, pues cuando el cuerpo pide sexo hay que dárselo y eso es irreprimible, al mismo tiempo que algo natural e integrante de la propia vida.
Para montar su paranoia antisexual, la Iglesia católica defiende la virginidad de Maria, siendo lógico e impensable que un varón sano como José el carpintero no tuviera relaciones en la cama con su mujer. Luego se monta en el poyo de obligar a miles de hombres y mujeres ha declararse castos de por vida y no permitirles casarse, cuando está demostrado, en los países anglosajones, que se puede ser un buen dirigente religioso y tener al mismo tiempo una familia.
La Iglesia se cree Dios mismo, tratando de decirnos lo que ella misma piensa, o reprimiendo conciencias a base de castigos que no sabemos si Dios aprueba, cuando ella de Dios no tiene nada, siendo sólo un caro intermediario de venta de la fe, y como tal intermediario se aprovecha de las circunstancias. Lo mejor para comprar lechugas es ir a la huerta donde se producen, pero como Dios está en todas partes ni siquiera tenemos que ir a sus templos para sentirlo cerca y hablarle, evitando que usureros nos cobren caro su mediación, como hacen los intermediarios al vendernos lechugas, por poner un ejemplo.
Al respecto, el Diario de Sevilla ha publicado el siguiente artículo, que afianza cuando decimos:
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RATZINGER DEMORÓ LA EXPULSIÓN DE UN SACERDOTE PEDERASTA POR "EL BIEN DE LA IGLESIA"
El abogado de las víctimas critica que le preocupara más "la reputación de la Iglesia que el bienestar de los niños".
El Papa Benedicto XVI demoró en 1985 la expulsión de Stephen Kiesle, sacerdote estadounidense, declarado culpable de un delito de pederastia, argumentando que era "por el bien de la Iglesia". El abogado de las víctimas, Jeff Anderson, considera que "lo que se demuestra es que el entonces cardenal Ratzinger, no sólo demoró la expulsión del sacerdote, sino que prefirió proteger la reputación de la Iglesia por encima del bienestar de los niños".
En una carta escrita en latín, fechada en 1985 y que obra en poder de la agencia Associated Press, el Papa Benedicto XVI, que por entonces era prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, pidió al obispo de Oakland (California) más tiempo para considerar "el bien de la Iglesia" antes de tomar su decisión sobre la expulsión del sacerdote acusado de pederastia.
La misiva forma parte de la correspondencia que mantenían el Vaticano y la diócesis de Oakland sobre el caso Kiesle, el sacerdote de 38 años que fue sentenciado a tres años de libertad condicional por abusos contra dos jóvenes. La diócesis había recomendado la destitución del cura acusado de abusos sexuales en 1981, el año en el que Ratzinger fue nombrado jefe del organismo de la Iglesia al que compete la disciplina de los religiosos. Ratzinger escribía en la carta que, a pesar de la importancia de las argumentaciones en favor de la destitución de Kiesle, le preocupaba "el perjuicio que puede causar en la comunidad de los fieles de Cristo, sobre todo considerando su joven edad".
A este respecto, el ayudante del portavoz del Vaticano, Ciro Benedettini, dijo a Reuters que "el entonces cardenal Ratzinger no encubrió el caso, sino que quiso estudiarlo con detenimiento por el bien de todas las personas implicadas". Por su parte, el portavoz de la diócesis, Michael Brown, rehusó comentar el contenido de la carta, pero señaló que demuestran que su diócesis "actuó correctamente en 1978, ya que Kiesel fue retirado del ejercicio del sacerdocio en 1987".
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Creo conocer algo las mitologías y durante mis viajes visité santuarios de regiones antiguas. Egipcios, mayas, mesopotámicos, asiáticos tuvieron creencias, sacerdotes y templos que duraron muchos siglos. Al final todos desaparecieron. La Iglesia católica tiene dos mil años de vida, pero su propia dinámica se parece cada vez más a la que siguieron esas religiones desaparecidas: abuso de poder, imposición de mandatos y contradicciones entre lo que se dice y se practica. Este Papa Ratsinger es el último en la lista de diversas profecías. Ojala se cumplieran y el siglo XXI fuera capaz de sacarle del Vaticano, evitando esas pomposidades propias de los Césares, a los que imita recreando los pavoneos de éstos en el Foro de la Roma antigua, situado cerca de la actual Plaza de San Pedro. En mi opinión, los seres humanos debemos creer en Dios (cada cual puede interpretarlo como desee), pero dejemos atrás la intermediación de tanto cura, obispo, o Papa. Mientras desaparecen, como desaparecieron los similares de otras religiones, mejor serían que se casaran, que tuvieran hijos legítimos, que disfrutaran del sexo libremente, y, por supuesto, dejaran de abusar de niños inocentes que caen en las garras de ciertos miembros de la “Araña Negra”.
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