Fue el pasado mes de julio, época propicia para visitar Rusia, cuando procedente de Madrid arribé a San Petersburgo, llamada Leningrado durante la época soviética.
Tras ser recogido en el aeropuerto, llegué a un barco anclado en el puerto fluvial, situado a unos 15 klm del centro de aquella ciudad. Me alojaron en un camarote individual de la cubierta, un lugar privilegiado que yo había elegido expresamente para tener más visibilidad y encontrarse cerca de la popa.
Tras cenar en un amplio comedor, donde conocí a las personas que comerían en mi mesa durante todo el viaje (una empleada chilena acompañada de su madre y una directora de un colegio de Madrid, además de un matrimonio catalán que al día siguiente desapareció para unirse a otros catalanes, algo frecuente entre ellos), salí al exterior y estuve contemplando cómo anochecía a las doce de las noche, fenómeno natural llamado “las noches blancas”. Luego me acosté y me sentí a gusto en aquel camarote, pequeño pero muy acogedor.
A la mañana siguiente, los trescientos cincuenta viajeros alojados en aquel barco, procedentes de diversas autonomías españolas, predominando los navarros y catalanes, fuimos conducidos en autobuses al centro de San Petersburgo. Una ciudad bellísima, con casi cinco millones de habitantes y otros tantos en su zona de influencia, fundada por Pedro I el Grande el 16 de mayo de 1703 para afianzar su poder en aquella región del Mar Báltico, alcanzado tras desalojar de allí a los suecos.
Después de viajar a Holanda, Pedro I escogió a Amsterdam como modelo para su proyectada ciudad, la cual debería asentarse en una zona lacustre e inundable, lo que condicionaría su futuro desarrollo urbanístico por tener que unir varias pequeñas islas mediante puentes y canales fluviales. Tal circunstancia da a San Petersburgo un encanto especial, diferente a otras ciudades europeas con canales en sus calles, como Venecia, Brujas, Gante, Leiden o la mencionada Amsterdam. San Petersburgo recuerda lejanamente a París, por la gran cantidad de hermosos edificios, y en cierta forma también a Viena, debido a los estrechos lazos que la dinastía de los zares Romanoff tuvo con Alemania y la Austria de los Habsburgo, dándose el caso de que varias de más importantes zarinas rusas fueron alemanas de origen.
Durante aquel día y los siguientes, vi fugazmente el Museo del Hermitage, situado en un inmenso palacio repleto de obras de arte, cuyo conocimiento requiere cinco años, según dicen algunos expertos. Y para sentir más a Rusia en un lugar tan hermoso y emblemático, degusté en su interior una tarrina de caviar ruso que poco antes había comprado en una tienda oficial, única forma de saber que era auténtico. También visité la inmensa fortaleza que alberga el panteón oficial de los zares, construida por Pedro I para servirle de residencia y defender la ciudad; las dos columnas rostrales, situadas cerca del Hermitage y del río Neva; el palacio Yusupov, en cuyo sótano Rasputín sufrió un atentado y logró huir vivo para fallecer luego de forma misteriosa; el palacio Pukink, vinculado al primer gran poeta, narrador y dramaturgo ruso; el maravilloso Palacio. Petroduorest, con sus cascadas y fuentes de agua, además de cuidados jardines, reflejo ruso de Versalles. No faltó tampoco mi asistencia a un espectáculo de folklore con danzantes vestidos de cosacos; mi recorrido por la calle Nevisky, la más comercial de aquella ciudad; o un paseo por canales que pasan bajo hermosos puentes.
Terminada la visita a San Petersburgo, el barco comenzó a navegar por el río Neva, para en el próximos días recorrer el lago Ónega, Su superficie es de 9.894 km² (lo que le convierte en el segundo lago más grande de Europa) y un volumen de 280 km³, con una profundidad máxima de
Tras varios días de navegación, una mañana atracamos en el puerto fluvial de Moscú, también situado lejos del centro de la ciudad. Estaba ansioso por conocer la capital de Rusia, país que nombro varias veces en LA MÁGICA PELLIZA DE CARLOS MARX por haber sido su Revolución tan decisiva en la historia del pasado siglo XX. Cuando por fin entré en la Plaza Roja (tiene
La Federación rusa es el país más extenso del mundo. Cuenta con una superficie de
Cuando regresé de tan interesante viaje, me alegré de haber tenido la oportunidad de aprender multitud de cosas que, por mucho interés que hubiera puesto, nunca encontraría en los libros, o en los medios de comunicación.
Ave Rusia. Vive en PAZ, progresa y sigue siendo tu misma
VEA ESTE VIDEO DE LA SALA DEL PAVO REAL. SAN PETERSBURGO