José era un hombre normal, buena gente y se ganaba la vida trabajando de carpintero. Era hijo de Jacob, descendiente, tras catorce generaciones, del mítico rey David, lo cual le daba cierto status social entre sus convecinos de Nazareth.
Mientras paseaba por las calles de su pueblo, José conoció a una linda muchacha llamada María. Estuvo un tiempo pretendiéndola hasta que Joaquín y Ana, los padres de María, accedieron al casorio.
La razón nos dice que José y María, como toda pareja joven, tuvieron su noche de bodas y posiblemente consumaron su matrimonio. ¿Alguien en semejantes circunstancias no lo hubiera hecho? Sin embargo, ciertos libros antiguos, contraviniendo a la lógica, niegan esa posibilidad y un señor llamado Mateo escribió. “Y no la conoció hasta que parió a su hijo primogénito: y llamó su nombre Jesús”.
Siguiendo también a la razón, podemos pensar que José y María, tras vivir muchas peripecias con el nacimiento de Jesús, habitaron en la misma casa donde José tenía su taller de carpintería, se acostaron juntos y como era normal en un matrimonio mantendrían frecuentes relaciones sexuales. Como consecuencia, siendo jóvenes y fértiles, es razonable pensar que tuvieran más hijos, pero cientos de estudiosos argumentan que María fue virgen durante toda su vida.
Nosotros, hombres y mujeres de hoy, no podemos cerrarle puertas al campo del pensamiento. Como seres humanos debemos respetar todas las creencias, pero sin estar mediatizados por ninguna religión o dogma y por tanto, manteniendo ese respeto hacia quienes su fe les impide ir más allá, individualmente tenemos derecho a poner en cuestión y a especular sobre cualquier materia, incluida la religión, mereciendo esta actitud tanto respeto como la otra.
Tomando como base el raciocinio, podemos observar que la virginidad es un valor en las mitologías de diversas culturas. Atenea o Minerva, nacida de la cabeza de Zeus, fue siempre virgen y era una de las diosas más importantes del panteón greco latino. La fecundación divina a seres mortales esta recogida en mitos como la lluvia de oro que Zeus introdujo en Danae, estando encerrada por su padre, para concebir a Perseo, uno de los personajes mitológicos más singulares y cuya estancia en Andalucía narro en LA ANDALUCIADA. Es decir: antes de existir María y el cristianismo, mujeres divinizadas por religiones antiguas ya tuvieron la misma experiencia, por tanto el hecho no es novedoso para quienes se interesen por este asunto.
Sabiendo esto y examinando las muchas semejanzas entre ritos paganos y cristianos, cabe especular si los constructores del cristianismo, para realizar sus muchos sincretismos entre religiones dominantes y dominadas, tomaron esa tradición pagana de la inseminación artificial divina para crear todo cuanto rodea a la creencia de la virginidad de María.
En cualquier caso, María no es hoy la misma mujer que vivía en Nazareth, que fregaba platos y lavaba su ropa como cualquier ama de casa. La tradición y los intereses religiosos han hecho de ella una figura con miles de nombres, y se la presenta llena de joyas, ricos mantos y ciñendo coronas, incluso tiene bandera, colores y otros símbolos propios. Los concilios, los artistas barrocos, Murillo entre ellos, ayudaron a forjar una imagen falsa e idealizada e hicieron un flaco favor a la verdad histórica sobre María. Todo eso huele a paganismo encubierto, derivado de los genes paganos que adoraban a la Pacha Mama o a la Gran Madre de las mitologías antiguas y que no se han podido destruir, a pesar de haberlo intentado con inquisiciones o represiones del pensamiento.
Posiblemente haya llegado la época, al comenzar el siglo XXI, de poner en candelero las falsedades sobre lo que fue María en su vida real y como hoy en día se la trata para venerarla. Existen muchas contradicciones que a la razón le cuesta trabajo admitir. Por otro lado la virginidad en nuestros días ya no es tan importante. La mayoría de las mujeres jóvenes la pierden siendo adolescentes y, sin embargo, son personas mejor preparadas intelectualmente y con muchos valores espirituales y profesionales. Este hecho revela que el ser virgen o no, hoy en día carece de la importancia que tuvo en el pasado. Por tanto, si María de Nazareth fue virgen o no, debe ser algo intrascendente. Quizás lo mejor sería que la despojáramos de tantos oropeles y la descubríamos tal como fue en vida: una persona sencilla, buena madre y esposa, que carecía de coronas, mantos, pasos de palio y todos esos aditamentos que ella, si viviera y siendo sólo una ama de casa, a la mejor no aceptaría.
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