Atrás quedaron los años en los que las personas mayores se convertían en sujetos pasivos de la sociedad, cuando tras mantener una vida activa dedicada al trabajo y cuidar de la familia se encerraban en sus hogares, o en deprimentes asilos.
Ese modelo de supervivencia, propio de países subdesarrollados, se mantuvo hasta hace pocos años en España. Fue la generación nacida en los años cuarenta del pasado siglo, cuyas edades rondan ahora por encima de sesenta años, la gran beneficiaria de los cambios positivos experimentados en nuestro país por las personas mayores. Residencias especializadas en cuidados geriátricos, donde hay atención sanitaria permanente o atenciones apropiadas; viajes subvencionados por el Inserso, que permiten pasar temporadas de vacaciones a bajo coste en zonas turísticas antes reservadas a los potentados; talleres de actividades diversas organizadas en los distritos municipales por los Ayuntamientos, donde los mayores desarrollan su creatividad, aprenden diversas materias, estudian idiomas o se relacionan con personas de su entorno; centros de día que sirven de lugares de encuentros o desarrollar actividades lúdicas o formativas, entre ellas el aprendizaje de la informática; cursos impartidos en las Aulas de
Pero si disponer de esas oportunidades ha producido cambios positivos en estas personas, paralelamente han ido cambiando sus mentalidades y sus relaciones sexuales o afectivas. El viejo tópico de que practicar el sexo está sólo reservado a los jóvenes, va dando paso a comprobaciones estadísticas que demuestran que la llamada tercera edad puede mantener relaciones sexuales durante toda su vida. Quizás mermadas por la biología, con menos asiduidad, pero sin disminuir la pasión ni los deseos de placer. Se han superado tabúes, teniendo incluso a su disposición, si hiciera falta, medicamentos como
Otro cambio espectacular se ha producido en las relaciones entre parejas. Antes las mujeres estaban sujetas a sus maridos de por vida, tanto física como económicamente.
Muchos se casaron jóvenes y por
Según datos -los últimos al respecto- en poder del Instituto Nacional de Estadística (INE), en 2008 los divorcios y separaciones de parejas en las que ambos cónyuges tenían más de 60 años de edad fueron 5.338, frente a los 3.868 de 2005, cuando entró en vigor el llamado "divorcio exprés".
Puerto Gómez, trabajadora social y vicepresidenta de
Luis Zarraluqui, presidente de uno de los bufetes de abogados de familia más prestigiosos y más antiguos de España, confirma, desde su dilatada experiencia, que ese temor se ha debilitado en una generación de españoles que fue educada en el "contigo pan y cebolla" para siempre y que pasó por la vicaría en un momento en el que el divorcio era pecado y estaba prohibido por las leyes. "Cuando el divorcio se aprobó en España, hace unos treinta años, era algo exótico. Ahora está a la orden del día, ha penetrado fuertemente en la sociedad española. ¿Quién no tiene un divorciado en su entorno? Todos nos hemos acostumbrado a ello. Los mayores también, y le han perdido el miedo a lo desconocido", reflexiona Zarraluqui.
María Luisa Pérez Caballero, coordinadora del Centro de Apoyo a
Muchas son las causas que explican el aumento de las rupturas matrimoniales entre los españoles de más edad, pero hay coincidencia en señalar, entre las principales, la mayor esperanza de vida -superar los ochenta ya no es una rareza- y una conciencia creciente en las mujeres de que es posible liberarse de un marido mezquino y, en algunos casos, maltratador.
"Para muchas mujeres, pasados los sesenta, el divorcio es una opción de libertad, de vivir en paz, sin sobresaltos, sin tener que soportar situaciones de obediencia ciega en la última etapa de la vida", destaca Ana María Pérez del Campo, presidenta de
María Luisa Pérez Caballero también lo cree así. "A nuestra sede -afirma- suelen venir más mujeres que hombres en demanda de información, cuando los conflictos de pareja que han estado latentes durante años se agudizan", casi siempre tras la jubilación del marido. "La jubilación del hombre, normal o anticipada, es un enemigo declarado de la convivencia de la pareja", apunta el abogado Zarraluqui. "Es un momento difícil para muchos hombres, en el que da comienzo una nueva etapa vital y en el que la desorientación puede ser total", comenta Juan Luis Rubio Azcue, presidente de
Un "exceso de convivencia" puede acentuar "lo que viene fallando desde hace tiempo", recalca Rubio Azcue. "Lo mismo pasa en las vacaciones de verano; en septiembre, siempre aumentan las demandas de divorcio", agrega.
"A partir de la jubilación del marido -interviene María Dolores Ortiz, psicóloga especializada en gerontología- se produce una importante reestructuración de roles en la pareja, que puede superarse si los vínculos son sólidos, aunque también puede derivar en situaciones de conflicto. Unas veces deriva en una segunda luna de miel y otras en un auténtico calvario".
Ana María Pérez del Campo habla, además, de la resistencia de muchos hombres a "aceptar la vejez, lo que les impulsa a demostrarse a sí mismos que son todavía capaces de conquistar" a mujeres más jóvenes. Son hombres que no quieren ni oír hablar de jugar a la petanca y que, con la ayuda de una píldora de color azul, tampoco renuncian a los placeres del sexo.
Para la vicepresidenta de
En general, hay una opinión coincidente en reconocer que las mujeres afrontan mejor que los hombres su nueva situación de separadas o divorciadas, y son excepcionales las que buscan una nueva pareja. "Rehacer la vida a esa edad, no nos engañemos, es muy difícil, para ellos y para ellas", opina Luis Zarraluqui. "Una ruptura, en cualquier edad, es siempre traumática, su superación depende de la actitud de las partes y de su madurez emocional. Las mujeres pueden tener un problema añadido, el económico, pues, como casi todas las de esa generación, sólo han trabajado en el hogar", recuerda María Luisa Pérez Caballero.
En cualquier caso, para la mujer "suele ser una liberación" y, en función de los apoyos familiares y sociales que tengan, "no vivirán la nueva situación de soledad como una carga", insiste. "La soledad -apunta la psicóloga María Dolores Ortiz- no es mala en sí misma. No es lo mismo sentirse solo que vivir solo. La soledad también se puede vivir en pareja".
Aunque al mencionado centro de ayuda familiar de
Para Juan Luis Rubio Azcue "lo triste", en cualquier caso de divorcio, "es que los hijos tomen partido por un progenitor en contra del otro. Es lo peor que puede hacer un hijo y lo peor que le puede ocurrir a un padre o una madre".
En definitiva, las personas mayores son hoy más libres y pueden controlar sus vidas sin tener parejas. Siempre es lamentable que se separen quienes un día compartieron el amor, pero ya no es un trauma vivir separados, ni se tiene miedo al qué dirán. Hemos perdido valores relacionados con la familia tradicional de antaño, pero la vida es así y hay que aceptarla tal como viene. Crearse muros fabricados a base de recuerdos del ayer no sirve para nada. Se hace preciso saltar cualquier obstáculo para encontrar nuevos amores,
nuevas ilusiones. Sobre todo cuando el tiempo apremia y cada vez quedan menos años para disfrutar de la existencia.
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