Cuando llegan estas fechas de finales de julio, procuro cumplir un rito que practico desde hace muchos años. Consiste en ir a la calle Betis, comprarse un cartucho de las típicas avellanas verdes, bajar por la rampa, sentarse junto al Guadalquivir para comerse las avellanas mientras se contempla a quienes se afanan por conseguir la cucaña, teniendo a la izquierda el Puente de Triana y de frente, en la otra orilla, la Plaza de Toros, la Torre del Oro y la Giralda. Cuando se termina la cucaña sobre las 20,30, suelo entrar en el cercano mercado y en una ostrería allí existente degusto cuatro espléndidas ostras, dos de origen gallego y otras dos francés, regadas por una caña de cerveza fresquita. Recomiendo la experiencia. La vida hay que disfrutarla al momento y con mi rito se estimulan los cinco sentidos, también es como una ofrenda surgida de mi amor a Sevilla, pues practicándolo la disfruto a tope y la poseo en mi retina, no en balde es mi ciudad-novia.
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