domingo, 25 de julio de 2010

COMIENDO AVELLANAS VERDES EN LA TRIANERA VELÁ DE SANTA ANA



Anoche cumplí con el rito que llevo practicando desde hace cuarenta años. Consiste en ir a Triana, pasearse por la calle Betis, oler a sardinas asadas, comprarse una bolsita de avellanas verdes (este año 2,50 € unidad), bajar la rampa para acercarse al Guadalquivir, buscar un asiento apropiado frente al barco donde jóvenes se afanan en conseguir la cucaña, verlos deslizarse por la viga huntada de cebo, mientras con tranquilidad se mondan, una a una, las avellanas verdes compradas. Es algo barato, relajante y delicioso para el paladar y los sentidos.
La vista se recrea con el puente trianero engalanado, con la “acera de frente” donde la plaza de toros de La Maestranza o la Torre del Oro se encuentran con la Giralda al fondo; al olfato llega la historia marinera del lugar, envuelta en aguas no límpidas pero sí llenas de sortilegios; el paladar goza con las avellanas traídas del norte de España; un barco con turistas pasa de vez en cuando; si se pega la oreja pueden oírse hablar a gentes que vuelven a su barrio en estas fechas sólo para estar en “su velá”, aunque desde años vivan en otras zonas de Sevilla. No es extraño ver a personas con camisetas reclamando el “soberanismo trianero”. En sus letreros dicen: “República Independiente de Triana”, o “Triana no es Sevilla”. No se sabe si es de guasa o de verdad, pero el sentimiento trianero es muy suyo.

En medio de este ambiente castizo y popular declina la tarde, los jóvenes cucañeros no competirán hoy más y se vuelven nadando para salir del agua cerca de la rampa. Se acabó por este año la sentada del ritual, luego hay que regresar a la calle Betis, ver las casetas de peñas, partidos políticos o hermandades, ir hasta el puesto de buñuelos con azucar, comprar uno a un euro la pieza, saborearlo con deleite bajo la estatua del torero Belmonte, y seguidamente subir al Altozano para ver el escenario antes de atravesar el puente para volver al centro de la ciudad, pero antes hay oportunidad de refrescarse con un tinto de verano que ofrece gratuitamente una marca de gaseosa.

Tenía 26 años cuando contraje matrimonio en mi pueblo el 25 de julio de 1970, después con mi esposa vine a pasar la noche de bodas en mi piso sevillano, pero antes de acostarnos nos fuimos a Triana, compramos avellanas verdes, bailamos en la discoteca EL Dragón Rojo entonces existente y después nos fuimos a consumar el matrimonio. Ese día nació el rito que anoche reviví, aunque las cosas hayan cambiado y tenga que ir yo solo a cumplirlo. La felicidad es huidiza, pero a veces se encuentra en las pequeñas cosas, o cumiendo avellanas verdes mientras a la par se saborea a Triana.

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