Salida en avión desde Sevilla a Madrid y desde allí a Nueva York, donde llegué el mismo día a las 18, hora local.
He atravesado el Océano Atlántico, entre idas y venidas, unas quince veces, así que ya no me llama la atención la llegada al destino el mismo día. Colón no tuvo tanta suerte y tardó casi dos meses y medio en llegar a América.
El traslado desde el enorme aeropuerto JFK supuso mi primera toma de contacto con la ciudad de los rascacielos. Un tráfico muy denso retrasó mi llegada al alojamiento, situado entre Central Park y Times Square, lugares estratégicos escogidos para desarrollar mi programa de visita a los museos neoyorquinos.
Tenía comprada por Internet la tarjeta “The New Cork Pass” para visitar durante 7 días unas 50 atracciones y fui andando a recogerla al restaurante Planet, situado en el tramo más famoso de Broadway.
Por primera vez pude contemplar la explosión luminosa que ha hecho de Times Square un lugar único en el mundo. Los teatros cercanos anunciaban en sus fachadas musicales exitosos como “Mamma Mía”, “El Rey León”, “Mary Poping”, entre otros. Amables policías facilitaban fotografiarse junto a los turistas: lo hice tras ponerme en una larga cola de gente provista de cámaras digitales. Mesas y sillas de hierro permitían sentarse allí libremente, sin necesidad de consumir en bares o restaurantes. Esto me agradó, porque las utilicé durante un buen rato para disfrutar del ambiente sin recibir la visita de ningún camarero, dándome sensación de libertad, en medio de una multitud compuesta de diversas razas y culturas. Era mi bautizo con NY y no pudo ser mejor.
Martes, 21-9-2010
Me levanto temprano. Caminando por la 8ª Av. arriba llego a Columbus Circus. Una enorme plaza donde España y la cultura española esta presente no sólo por el monumento a Cristóbal Colón que la preside sino también por las metálicas esculturas que recuerdan a las Meninas velazqueñas. El lugar es espléndido, equivalente en términos urbanísticos a la Puerta del Sol de Madrid, y sirve de frontera entre el norte y el sur de la isla de Manhatan, teniendo a Central Park en medio.
Iba en dirección del Museo de Historia Natural. Mi candidez me hizo ir andando por la acera oeste del mismo Central Park. Creía que la calle 79 estaba cerca pero pronto supe las grandes distancias entre manzanas de los edificios. Durante el paseo mañanero comprobé la acumulación de centros religiosos existentes en dicha acera, cerrados a tan temprana hora. Me hizo reflexionar al ver su suntuosidad y abundancia, fruto de la influencia ejercida por algunas comunidades religiosas protestantes y los pastores que las rigen. En todas partes cuecen habas —me dije—. Viajar abre la mente y permite comparar lo visto con nuestro entorno, volviéndonos más abiertos y tolerantes.
Al llegar al enorme edificio del Museo de Historia Natural lo encontré en obras y cerrado. Me alarmé. Fui buscando a alguien para pedirle información y una chica me indicó que abrían a las 10 de la mañana, así que me tocaba esperar y cruce la acera para entrar por primera vez en Central Park, tras sacarle una foto al monumento a Humboldt (Berlín, Alemania, 14 de septiembre de 1769 - 6 de mayo de 1859) cuya huella he seguido en mis viajes.
Perros cuidadísimos son paseados por sus dueños a primera hora por los caminos del mayor parque neoyorquino, se nota el valor adquisitivo de sus dueños al ver raros ejemplares de diversas razas caninas.
Cuando regreso, la entrada del Museo se ha llenado de gente ansiosa de ver las maravillas que contiene. Siento una emoción especial al sentirme por fin en su interior. Allí pasé el resto de la mañana disfrutando de las vitrinas ambientadas en diversos lugares de la Tierra, de los enormes dinosauros o con las simulaciones de ambientes tropicales. Reflexioné sobre la enorme biodiversidad de nuestro planeta y aprecié más la VIDA. Cada uno de nosotros, cada ser viviente, es una complejísima porción de lo existente, una maravilla de maravillas. Eso este museo lo deja bien claro.
Al salir me planteé mi siguiente visita. Decidí ir a la Catedral de San Juan el Divino. Caminé por la misma acera oeste de Central Park creyéndola no demasiado larga De nuevo mi candidez me hizo no sólo llegar caminando al final de dicha acera sino dejarla atrás, con creces, hasta la calle ll4. Llegué rendido, pero mi asombro se activó al ver uno de los templos más grandes del mundo, con techos altísimos capaces de albergar a la Estatua de la Libertad. Alguien dijo que la fe mueve montañas. Sin duda este edificio es un buen ejemplo.
Ya tenía experiencia con las distancias, por lo que pagando 27 dólares me compré una tarjeta para utilizar los transportes públicos, metro y autobuses, durante 7 días. Fue un alivio regresar al hotel montado en un vehículo. Cansado me dispuse a planear el día siguiente.
Miércoles, 22-9-2010
Llego a la estación de Columbus Circus dispuesto a montarme en el Metro que atravesando Manhatan de norte a sur me llevará al muelle de embarque para visitar la Estatua de la Libertad, en la isla de igual nombre, y el Museo de la Emigración, en otra isla cercana.
Ver de lejos al icono de Nueva York, mientras se navega hacia su encuentro en un barco lleno de turistas, es sentir realizarse un sueño. Estoy aquí, estoy aquí, se dice uno mismo. La emoción llega a su cenit cuando se desembarca y se sube a la terraza que sirve de base al monumento. Allí arriba, sobre nuestras cabezas, está ella, hierática, imponente, indivisible en su conjunto. Antes de subir ya visité el museo que explica su historia, su enorme influencia en todo el mundo tras ser regalada por Francia al pueblo estadounidense. Una poeta de origen portugués le hizo un famoso poema comparándola con los colosos de la antigüedad. Quizá el Coloso de Rodas produjera una emoción semejante a quienes llegaban a la isla griega. En cualquier caso, merece la pena llenarse el alma con una palabra llamada LIBERTAD.
Dejando atrás la Estatua, sin perderla de vista, se desembarca en la isla donde miles de seres humanos llegaron, procedentes de diversos continentes, para convertidos en emigrantes encontrar una nueva vida en Nueva York.
El edificio donde eran recibidos es hoy un museo que refleja la odisea que vivieron. Impresiona ver tantos rostros, tanta maleta, tantos paneles con datos explicativos. Emigrar es huir hacia la esperanza y en este museo de eso se aprende mucho.
De nuevo desembarcado en Manhatan, visito el Castillo Clinton, restaurada fortaleza que sirvíó para defender a la ciudad. Luego camino hacia el cercano Distrito Financiero, me hago una foto con la escultura del famoso toro bravo alli situado, llego a Wall Street, paso delante de la Bolsa de Nueva York —centro mundial del dinero y del poderío económico USA, entro en el lugar donde se firmó la independencia de las primeras colonias norteamericanas y donde existe un monumento a Georges Washinton.
Tras comer en un restaurante que fue capilla protestante caminé hacia a la llamada “Zona Cero”, o “Gran Manzana”, lugar de los atentados islamistas cometidos en el año 2001.
Las antiguas torres gemelas fueron derribadas, en su lugar se levantan otras nuevas; toda la zona está obras, pudiéndose ver la parcela desde una plataforma elevada construida para los viandantes.
Esperaba encontrar un memorial, pero para honrar a las víctimas hay que ir a una iglesia cercana donde la gente pone flores en el altar que tienen dedicado con sus fotografías. Fui a rendirles mi particular homenaje. La vida es tan hermosa que nadie tiene derecho a truncarla, y menos los fanáticos religiosos, sean del credo que sean.
Luego me dirigí al Puente de Brooklin, que atravesé casi entero por su zona peatonal. Un encantador paseo por tablones de madera sostenidos por tirantas para situarse encima del agua y ver a NY desde otra perspectiva.
Terminé el día en el Barrio Chino para conocerlo de noche y realizar unas compras. Es un barrio muy especial, lleno de comercios y restaurantes, complementado por la cercana “Pequeña Italia” que poco a poco se reduce en beneficio del avance chino. Me propuse volver para verlo de día y regresé al alojamiento.
Jueves, 23-9-2010
Voy en Metro a visitar el Lincon Center, un complejo cultural surgido de la iniciativa privada. Está situado en la zona, entonces deprimida y hoy muy boyante, donde se rodó la película musical West Side Store. En una plaza ponen al aire libre un pequeño mercado de frutas y los visitantes del Lincon Center deben partir de una cafetería cercana, donde son guiados por una experta. Se visita por dentro los teatros del complejo, entre ellos el la ópera, del ballet, de conciertos, o los de centros educativos allí existentes. Todo a lo grande, muy al estilo yankie.
Nueva York hace tiempo que arrebató el liderazgo cultural mundial a París, gracias a sus magnates que invirtieron millones de dólares para dotarla de lo mejor. Buena prueba de ello es Museo de Arte Contemporáneo (MOMA), al que me dirigí después. Las vanguardias artísticas, mezcladas con los artistas más decisivos del siglo XX, conforman una impresionante colección de obras de arte, única en el mundo.
Sentí una gran emoción ante “Las señoritas de Aviñon”, cuadro de Picasso que dio paso al cubismo, o ante “La Cabra”, escultura del mismo autor que se expone en el patio del museo. Desde allí me fui a la Catedral de San Patricio, en la 5ª Avenida, bellísimo templo católico, y luego al Empire State, símbolo neoryorquino que fue inmortalizado en la película del gorila colgado de un reloj. Hay dos opciones para subir, elegí la más alta y pagando un suplemento llegue hasta el llamado “observatorio”.
Ver NY desde tan considerable altura, primero de día y luego anocheciendo, lleno de luces, es una experiencia única, digna de vivirse al menos una vez en la vida. Con ese regusto en mis adentros, regresé al alojamiento.
Viernes, 24-9-2010
Temprano me adentro en Central Park. Paso junto al gran lago dedicado a Jakeline Kennedy y caminando llego a la zona Este para entrar en Museo Gulguein.
Ya conozco su hermano de Bilbao, que ha dinamizado la vida cultural bilbaína, pero este de Nueva York es la madre de los museos gulguenieanos, nacidos de la amistad de un magnate con una baronesa alemana. El pintor ruso Kandinsky es la base de la colección, neoyorquina pero subiendo por su explanada en forma de caracol, o entrando en sus salas aledañas, pueden verse cuadros fundamentales de diversos autores modernos.
En la misma zona, más cerca de Columbus Circus, se encuentra el Metropolitam Museum, meta mundial de los amantes del arte.
Egipto, Roma, Bizancio, tienen una importante representación en sus salas, en las que destaca el legado del banquero Robert Leheman, cuya colección se donó a este museo tras exigir mantenerla junta y no dispersarla por otras dependencias.
A pesar de todas las maravillas allí reunidas, yo esperaba más, quizá algo semejante al Britis Museum de Londres, pero los británicos son más viejos en atesorar obras de arte y eso se nota. En cualquier caso la colección de pintura española de Metropolitam es excepcional. Velázquez, Murillos, Goyas, Grecos y algún Zurbarán llenan de orgullo patrio a quienes proceden de España y los ven, especialmente el excepcional retrato velazqueño de Juan de Pareja, uno de los cuadros que por su precio marco un record en las subastas de obras de arte. También ese orgullo se exalta contemplando el renacentista Patio del Castillo de Vélez Blanco, comprado por este museo para trasladarlo piedra a piedra y exponerlo en sus salas. Me asalta el famoso síndrome de insensibilización, asi que salgo a la calle y con las retinas llenas de arte, llego caminando a la 8ª avenida y luego al alojamiento.
Sábado, 25-9-2010
Por la mañana hago un crucero de tres horas de duración para dar una vuelta completa a la isla de Manthatan. Es una experiencia gratísima, sobre todo cuando ya se conoce el interior insular, pareciendo como un reencuentro con sus edificios, con la estatua de la Libertad, o sirve también para descubrir perspectivas inéditas del Nueva York no urbano al salir de sus lugares más emblemáticos. Ver de lejos y en sólo paseo el edificio de las Naciones Unidas, o el Yankie Stadiúm, sólo es posible mediante esta excursión por los dos brazos acuosos que abrazan a una ciudad imposible de explorar en su totalidad con tan poco tiempo.
Al desembarcar, junto al mismo muelle situado frente a la calle 42, hay una especie de parque temático militar en torno al no usado portaaviones “Intrepedid”. Sin grandes entusiasmos entre a verlo. El poderío norteamericano resuma en este mastodóntico barco, lleno de aviones en su cubierta. Lo más sugerente para mí fue ver sus cocinas, sus dormitorios, donde los marineros yankies debieron pasar largas travesías por los mares. Soy pacifista por naturaleza, jamás he disparado un tiro, así que tanta arma de guerra me resbala y me voy del barco lo antes posible, aunque la gente forma largas colas para entrar en él.
Para rematar el día camino hacia el Museo de Cera de Madame Tossaud, cerca de Times Square. Me codeo con artistas, políticos y celebridades. Una experiencia divertida, pero de antemano se sabe que es la ilusión la que funciona ante tanta figura hierática pero agradable de ver.
Domingo, 26-9-10
Pensaba ir a Atlantis Cyty, un lugar veraniego y con muchos casinos de juego, pero cambié los planes y me quedé en Nueva York.
A media mañana fui al Zoo de Central Park. Visitarlo un domingo es una gozada. Los niños son llevados por sus padres a ver animales de diversas especies, cuidadosamente expuestos en vitrinas y con remedos de sus etornos naturales. No es muy grande, su concepción es distinta a los zoológicos europeos y mediante un corto recorrido se visita con facilidad. En los alrededores del parque, frente a la Avenida de las Américas, se pueden ver enormes estatuas de libertadores sudamericanos, como Bolívar, San Martín o Martí. De nuevo lo español se hace presente en una ciudad que habla castellano como segunda lengua. En cualquier sitio se encuentran personas con quienes dialogar sin problemas de entendimiento lingüístico. Eso se agradece especialmente por quienes no hablamos inglés.
Almorcé en la cafetería del mismo Zoo y luego me dirigí al Rockefeller Center para subir a un nuevo rascacielos, desde el cual pude ver de lejos al Empiré State. Luego mediante un guía visite los estudios televisivos de la NBC, situados en la calle 48. Vi platós donde se realizan programas de éxito o se hacen informativos. La Televisión en Estados Unidos es distinta a la nuestra. En poco tiempo se cambia la imagen y para los no acostumbrados puede resultar estresante. Ya es de noche cuando regreso al alojamiento.
Lunes, 27-9-10.
Me levanto a las cinco de la madrugada para dirigirme a la Estación Central, de cuyas cercanías salía en autobús que me llevará a las Cataratas del Niágara, tanto en su lado canadiense como USA.
Los viajeros somos atendidos por guías que hablan inglés, español e italiano. En el viaje se atraviesan los Estados de Nueva Jersey y Pensylvania hasta llegar a la frontera canadiense, que atravesamos tras los trámites correspondientes.
Llegamos al anochecer, pero con tiempo para contemplar los espectaculares saltos de agua que tenía ganas de ver desde que en los años cincuenta del pasado siglo contemplé la película “Niagara”, con Marylin Monroe y Josef Cotten como protagonistas.
Ver este prodigio de la Naturaleza es sentirla latir con vehemencia para amarla más. El lado canadiense es una especie de parque temático que gira en torno a las cataratas. Miles de turistas acuden para visitarlas y eso bien han sabido aprovecharlo a ambos lados de la frontera. Por la noche paseo un rato, para estirar las piernas, por calles solitarias de la ciudad de Niágara. Llovía y decidí irme pronto a dormir en el hotel donde nos habían alojado.
Martes, 28-9-10.
Nos levantan temprano, desayunamos y de nuevo al autobús. Nos conducen a ver un gran reloj situado a cielo abierto y hecho de flores, cuya decoración cambia cada año.
Canadá es el segundo país del mundo en extensión. Para mi representa el ideal de lo que una potencia colonial pudiera esperar.
Allí lo inglés se ha mantenido hasta el punto tener por Jefe de Estado a la Reina de Inglaterra, no hay indigenismo, ni negritud, y exceptuando la parte francesa de Quebec todo lo canadiense resuma el estilo británico de ser y de vivir.
Hubo dos formas bien distintas de colonialismo: el inglés y el español. El primero produjo naciones extensas, con gran estabilidad política y económica (Australia, India, Sudáfrica, USA, etra). El segundo se basó en la religión, la cruz iba delante de la espada y sus resultados fueron países inestables, pobres y divididos. Es lamentable constatar el fracaso del modelo español. Como ser humano quizá hubiera preferido que Colón descubriera América bajo el amparo de la corona inglesa, así los sudamericanos serían hoy más ricos y estarían mejor organizados política y económicamente, pero siendo egoista ese modelo hispano me permite hablar sin grandes dificultades mi idioma en Nueva York. La Historia ya no se puede cambiar. Las cosas son como son y debemos asumirlas con todas sus consecuencias.
Tras el nuevo trámite fronterizo regresamos a Estados Unidos. Esta vez, de dia, puedo contemplar mejor las Cataratas desde varios sitios distintos, entre ellos un elevado mirador, o muy de cerca previo cubrirme con un impermeable para en barco situarme a poca distancia de las caídas de agua.
Es una experiencia única, sorprendente, maravillosa, para vivirla al menos una vez en la vida. Me alegro enormemente de estar allí, gozando del momento, mientras cientos de personas exclaman su asombro anter tanta agua embellecida.
El regreso a Nueva York fue ya de noche. Había merecido la pena una excursión que, además de contemplar las Cataratas del Niágara, me permitió pisar por primera vez suelo canadiense y mediante las explicaciones de los guias, saber más de la historia norteamericana, o de extraños grupos humanos que, convertidos en sectas, no viajan ni ven la televisión porque se lo prohíben sus creencias. Algo alucinante, pero cierto.
Miércoles, 29-9-2010
Me dirijo a la Biblioteca Pública de Nueva York, situada al sur de la 5ª Avenida. Allí me proporcionan conexión gratuita a Internet, algo muy de agradecer porque mis anteriores conexiones las pagué en lugares privados a dólar los diez minutos, carísimo si tenemos en cuenta las tarifas planas españolas. Además, leo periódicos en inglés que medio entiendo y luego salgo de la biblioteca para caminar hacia el peculiar Museo del Sexo, junto a la calle 27. Nada del otro mundo, lo más interesante es ver el sexo practicado por animales como la tortuga o los leones, porque el sexo humano se expone de forma pudorosa y sin caer en la pornografía. Como curiosidad la visita vale, pero no es imprescindible.
Llevo todo el día caminando pero no estoy cansado. Tenia curiosidad por ver de cerca el edificio de Naciones Unidas, situado en la 1ª avenida. Se le nota su antigüedad. Parece vetusto en comparación con otros edificios neoryorquinos. Su parte superior aparece con andamios y guindolas, quizá lo estén restaurando. En cualquier caso lo hemos visto tantas veces en los medios informativos que se siente una íntima satisfacción al tenerlo al alcance de la mano. No había banderas desplegadas, ni se puede entrar a su interior como turista.
Desde aquí se podría gobernar el mundo, si algún día se dieran las circunstancias para ello. La ONU fue consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, el multimillonario Rockefeller hizo un buen negocio cediendo unos terrenos que luego revalorizaron sus propiedades aledañas. Era listo el hombre, no cabe duda.
Jueves, 30-9-10
Como anteayer, hoy también saldré de Nueva York para, utilizando el mismo procedimiento del autobús, dirigirme a Washington D.C., capital de Estados Unidos y lugar decisivo en la política mundial.
Un largo viaje me conduce frente a la enorme estatua de Abraham Linconl, situada en una especie de templo griego; al memorial dedicado a las guerras de Corea o Vietnan, a la celebre Avenida de Pensylvania, al Obelisco, a las inmediaciones del Capitolio o frente a la Casa Bñanca, donde me encontré con Conchita, una pacifista española que lleva varias décadas viviendo alli bajo plásticos para protestar por las guerras en el mundo. Todo un ejemplo de coherencia que le ha permitido entrar en el Libro Guinnes de los Record. Me impresionó hablar con ella. Su sacrificio es enorme, pero personas así nos ayudan a ser más humanos.
De regreso a Nueva York, antes de entrar en el Tunel Linconl, que tiene tres kilómetros de largo y está debajo del Rio Jakson, vi por la ventanilla del autobús un letrero luminoso con el nombre “Café Sevilla”. Algo anecdótico pero que muestra la universalidad de la ciudad donde vivo y que tanto amo.
Viernes, 1-10-2010
Por la mañana cojo el Metro en Columbus Circus para ir a la calle 55, al norte de Mantahan y muy alejada del cogollo de la ciudad de Nueva York, para visitar The Hispanic Society of América, entidad fundada a principios del siglo pasado por un filántropo hispanista que empleo su dinero en reunir miles de libros, carísimos mapas o documentos, además de cuadros de Velázquez, Goya, el Greco y sobre todo la serie pintada por Sorolla que pudimos ver hace poco tiempo en España y que tanto éxito de publico tuvo bajo el amparo de Bancaja.
Hablé con el bibliotecario, comentamos aspectos de la cultura española en general y la importancia de tener una entidad como aquella en NY.
Gracias a él pude ver tesoros como un mapa original de Vespusio fechado en Sevilla en 1520, o un códice mexicano reflejando la genealogía de una familia azteca.
Me alegró ver en el exterior del edificio una escultura del Cid Campeador similar a la existente frente a la Universidad Hispalense.
Para cualquier hispano supone un orgullo visitar un centro cultural así, pero sospecho que pocos turistas españoles se acercan por alli, no sólo por su lejanía de Times Square, sino porque desconozcan su existencia.
Desde allí me dirijo een Metro al Barrio Chino. Tenía el propósito de conocerlo de día. A diferencia mi anterior visita, que fue de noche y corta, ahora me paseo por la extensa calle Canal, veo pescaderías donde se pueden comprar tres bocavantes por 20 dólares, una bicoca, o entro en restaurantes con sabor asiático cuya comida no me atrae.
La zona dedicada a los italianos se llama “Pequeña Italia” porque allí se estableció la primera comunidad emigrante del país alpino y poco a poco, como ya dije antes, se va reduciendo en beneficio de los chinos, invasores pacíficos de locales occidentales sin saber nosotros de dónde sacan el dinero para alquilarlos.
Termino el día yendo de nuevo a Times Square para despedirme de Nueva York. En esta plaza me llené de esta ciudad al llegar a ella y aquí pongo punto final a mi visita. Los luminosos me dicen un hasta luego, porque aunque no los tenga tan cerca seguro que los seguiré viendo reflejados en cualquier sitio relacionado con esta mágica ciudad.
Días 2 y 3-10-2010, sábado y domingo
Regreso en avión primero a Madrid y luego a Sevilla. Mi ciudad novia sigue igual. Nada cambió durante mi ausencia. De nuevo estoy aquí, en su seno, dispuesto a seguir disfrután
¡Que maravilla, Rafael!
ResponderEliminarMe alegro que hayas disfrutado tanto.
Bienvenido al hogar y un fuerte abrazo.
Emilio