Usted y sus feligreses, no muy numerosos, siguen la tradición pentecostal de las manifestaciones del Espíritu Santo. Se consideraran implicados en una guerra global contra las fuerzas satánicas, y cree que “el Islam es el demonio”. Todo eso a sus 58 años Como todos los mortales usted tiene un pasado, pero el suyo es bastante sospechoso de radicalismo.
En 1982 se marchó usted con su familia a Alemania, donde lideró su propia iglesia. Aunque según ha revelado estos días la Prensa germana, su proselitismo en Europa terminó bastante mal. En el 2002 fue condenado por un tribunal de Colonia a una pena de 3.000 euros por falsedad documental, al atribuirse un doctorado en Teología que no tenía. Además de ser acusado, pero sin llegar a juicio, de explotación laboral de los miembros más jóvenes de su secta y de apropiarse indebidamente de donativos. Finalmente, su propia congregación le expulsó en el 2008, cansados de tanto fundamentalismo y exigencias de obediencia ciega.
Ahora, ha querido usted ejercer de predicador del Fahrenheit 451 operando desde una propiedad de casi un kilómetro cuadrado de extensión, que combina parroquia, seminario y negocio de muebles de diseño. Por lo que la iglesia que usted rige junto a su actual esposa Sylvia perdió este año parte de sus exenciones fiscales como institución religiosa.
Miré usted Mr. Jones: en España ya sufrimos la quema de libros cuando 1492 un dirigente católico, el Cardenal Cisneros, prendió o mandó prender fuego en la Plaza de Bib Rambla de Granada a libros musulmanes, desapareciendo posiblemente joyas literarias y científicas atesoradas por el Reino Nazarí durante siglos. Eran libros universitarios, conservados en la Madraza granadina desde 1349, año en que la fundara Yusuf I. Es decir, en mi país un dirigente católico hizo lo que usted ha pretendido hacer hoy, 11 de septiembre, aniversario del ataque islámico a Nueva York, pero a la inversa.
En ambos casos, el objeto de vuestras paranoias religiosas tuvo o ha podido tener como mártires a los libros, llámense como se llamen. Eso es un atentado en toda regla no contra la religión que usted o un cardenal español tiene o tuvo por enemiga, que también, sino contra algo tan maravilloso, tan ilustrativo como los libros. Ellos son nuestros mejores amigos, nos dan compañía, nos emocionan, los podemos transmitir como legado a nuestros hijos, los tenemos al alcance de la mano, jamás nos traicionan ni nos abandonan. En sus páginas hallaremos siempre alguien diciendo algo. Y usted hoy, los ha querido quemar porque cuentan la historia de un líder religioso medieval y sus enseñanzas a los millones de seres humanos que las leen en los cinco continentes. Perdóneme la expresión, pero es un usted un “capullo”: Ha pretendido ofender a esos seres humanos, ha alertado a las autoridades de Estados Unidos sólo amenazando con quemar libros, lo cual demuestra el poder de éstos.
No estoy de acuerdo con el contenido de los libros sagrados. Alguno fueron escritos con fines políticos. La Eneida fue salvada de la destrucción porque a César Augusto le venía muy bien para dar identidad al pueblo romano pos republicano. La Biblia que conocemos es un producto del Emperador Constantino y sus acólitos religiosos reunidos en Nicea, que desprecieron cientos de textos hoy considerados apócrifos porque no les convenía a sus proyectos políticos para unificar las creencias judeocristianas. El Corán, contiene no sólo asuntos religiosos, sino que marca pautas de comportamiento e influye sobre las leyes y la vida civil de naciones enteras. Una cosa son las creencias religiosa y otra la vida civil. Ambas deben ser respetadas pero sin imposicion ni interferencia alguna. En Europa, la Revolución Francesa márcó un ante y un después en tal sentido. Gracias a eso, los países liberados de legislaciones basadas la en religión prosperaron en sus libertades públicas, o en el respeto a las minorías, etc. Los países que no lo hicieron, como los musulmanes, siguen teniendo en la religión sus bases legislativas, a veces con tintes medieales, dando como resultado pobreza, discriminación de la mujer, falta de democracia, etc.
¿Pero por no estar de acuerdo con algo lo vamos a destruir? Hay que respetar a todo el mundo. El límite de cada uno de nosotros termina donde empieza el de los demás. Usted quiso hoy traspasar ese límite. Afortunadamente no le han dejado. Implicó usted a su presidente Obama, que por cierto se llama Barack Hussein Obama II, nombre con resonancias musulmanas, quien posiblemente le haya llamado al orden, tras haberlo hecho antes la señora Hillary Clinton.
Mire usted, Mr. Jones (su apellido es igual a uno de los personajes de mi novela La Mágica Pelliza de Carlos Marx): dentro de unos días, si no ocurre nada que lo impida, estaré en Nueva York.
Pienso visitar la llamada “Zona Cero” para depositar allí una rosa en honor de las personas asesinadas por radicales como usted, aunque de la creencia religiosa que usted combate.
Esos asesinos mataron a 2.973 seres humanos, usted hoy simbólicamente pretendía matar una cultura, la islámica, valiéndose de unos pocos ejempales de libros.
Me alegro muchísimo de que finalmente no lo haya hecho. Pero al considerarle un “capullo” (en España se le dice “capullo” a quien pretende pasarse de listo dejando al descubierto su simpleza), me gustaría que, si como sospecho lo va seguir siéndo, al menos floreciera en sus adentros sin odios ni rencores a los libros.
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