martes, 31 de agosto de 2010

MARÍA JESÚS BARQUERO, POETA SEVILLANA, PUBLICA EN MAZAGÓN UN ARTÍCULO DONDE REVIVE A FITELES, PERSONAJE DE MI NOVELA LA ANDALUCIADA.



Conozco a María Jesús Barquero Casas desde hace treinta años. Su afabilidad me atrajo desde el primer momento Su poesía me indujo a formar un grupo poético con ella y otros poetas sevillanos. Juntos promocionamos, en los años ochenta, la cultura andaluza en diversos centros educativos, recreándonos en todo cuanto se refiriera al Guadalquivir, un río regalado por los Dioses a Andalucía, según relaté en la primera parte de mi novela LA ANDALUCIADA, publicada en 1991.
María Jesús tiene numerosos libros publicados. Entre ellos los titulados “ZARANDEOS”, conteniendo versos que resuman belleza, amor a nuestra tierra y la fuerza interior de su autora.

Un ejemplo:

(Poema del Libro ZARANDEOS II)
Ay olivar, mi olivar
Ay olivar, mi olivar,
olvidado y mal vendido;
donde yo le oí cantar,
y donde siempre he venido
tras mis largos recorridos,
por cielo, por tierra y mar.

Hace unas semanas María Jesús publicó un artículo en la revista MARGARZON, dedicada a exaltar las bellezas de Mazagón (Huelva), donde revive a mi personaje Fiteles, un gigante protagonista de dicha novela.

Por su belleza expresiva y haberme gustado mucho ver a Fiteles tratado con tanto mimo por una gran poeta, reproduzco ese artículo a continuación:

“Fiteles, un gigante servidor de Turta, reina de Turtussa, el mítico país creado por mi amigo Rafael Raya", sobre este suelo-cielo nuestro al que hoy llamamos Andalucía, voló cierto día sobre el águila enorme del que su reina lo hizo dueño y se posó en la orilla del Océano.
Transcurrió el tiempo y, después de familiarizarse con aquel rincón del ancho mundo, se sintió pequeño. Contemplativo, observaba el amplió horizonte, las estrellas, enormes ante sus ojos cuando volaba sobre su ave-transporte; las olas, divinos encajes o caballitos juguetones ante sus pies; los pinos verdes perpetuos, los pájaros cantores, despertándolo en los amaneceres; las gaviotas, rodeando su águila en un asombro admirativo ... y decidió fundirse, enamorado hasta la locura, con cuanto bajo sus pies existía. Elevarse, sin águila; porque era aire y estrellas. Gaviotas y golondrinas y veloz velero ...
A partir de ese momento, Fiteles perdió hasta su nombre. Vio como su cuerpo se ensanchaba, y una profusión de vida lo invadía: podía cantar porque era pájaro, deslizarse por la arena porque era agua de Océano, elevarse porque era ola y volver a fundirse con el ancho mar, como lo había realizado Fiteles hasta que, enamorado de todo cuanto le había rodeado, eligió deshacerse en todo lo que amaba. Y se endulzó al hacerse miel, volar por ser abeja, enrojecer con las fresas y las amapolas. Llegó a ser ¡tantas cosas! que no teniendo la capacidad de poner nombre a tantas facetas de su ser, se devanaba los sesos sin en¬contrar un apelativo justo. Y, así, pasó un tiempo hasta que oyó como los seres humanos ante sus romeros decían admirativos: "¡Que bien huele Mazagón!"; bañándose en el Océano, entre sus olas, "¡qué buena está el agua, que bien se está en Mazagón!" En la noche: "¡Qué maravillosa noche! Aquí, en Mazagón, qué bien se ven las estrellas." Y Fiteles se sentía noche y estrellas y todas las admiraciones a todo eso y, a cada cosa, le llamaban Mazagón. Fiteles, aún sin nombre, creía que las ramas de los pinos eran sus manos y que las patitas de los pájaros lo acariciaban. Que el Rey Sol iluminaba sus ojos y él al mundo. Así de grande se sentía. Y todo el mundo, a cuanto él era, lo llamaba Mazagón. Y, él, que no había sido capaz de encontrar un nombre para cuantas co¬sas era y se sentía; todo eso, lo habían hecho los humanos por él, para él. Este gigante, nacido en una ciudad fantástica, se trasladó a un extremo de la misma Andalucía hermosa, montado en un águila enorme, llegó a convertirse, por amor, en un trozo íntegro, del cielo a la tierra, de la tierra al cielo, de todo lo que halló a su llegada”.

Para un autor, nada le puede satisfacer más que sus personajes ficticios sean apreciados. Son fruto de un trabajo duro para darles forma y nacen con vocación de eternidad, al pasar al papel impreso. Don Quijote es paradigmático en tal sentido. Fiteles, en mi novela, murió por amor a una ninfa llamada Agresta. María Jesús lo ha llevado a Mazagón, ciudad de la costa tartéssica donde los mitos andaluces se esconden entre las olas. Estoy pensando en encontrarle un hueco a Fiteles en la segunda parte de LA ANDALUCIADA que estoy escribiendo, algo no previsto hasta ahora.

Sin duda también llevaré a Fiteles a Mazagón, reviviéndolo de la piedra en que fue convertido tras nacer en mi mente, durante los años ochenta del pasado siglo.

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